
Sábado, 12 de Julio de 2025
Castilla y León apuesta por la hospitalización psiquiátrica a domicilio en niños y adolescentes
“Lo que más nos llena son los pequeños cambios, cuando vemos que un vínculo se repara o una familia vuelve a sentarse junta a cenar; que unos padres empiezan a comprender las emociones del adolescente. Son avances que no siempre se miden en cifras, pero que tienen un gran impacto. Cuando se interviene desde el respeto y la cercanía, todo es mucho más fácil y ocurren cosas muy potentes, que sólo se ven en el domicilio”.
Así resume Celia Chamorro, enfermera especialista en Salud Mental, el sentido de la nueva Unidad de Hospitalización Psiquiátrica Infanto-Juvenil a Domicilio que desde marzo funciona en el Hospital Clínico Universitario de Valladolid, un modelo pionero en Castilla y León, y uno de los pocos que existen en España. Busca transformar la atención que se presta a jóvenes y niños con trastornos mentales graves: evitar ingresos hospitalarios prolongados, acercar las terapias al hogar y dar respuestas también a las familias.
La iniciativa, coordinada desde la Unidad de Psiquiatría de la Infancia y la Adolescencia del Clínico de Valladolid, busca reducir los ingresos al tiempo que ofrece una atención intensiva y multidisciplinar en el entorno del paciente. En estos primeros meses ha atendido ya a cerca de una veintena de adolescentes y preadolescentes con cuadros complejos -trastornos de conducta alimentaria, depresiones graves, brotes psicóticos, autolesiones, retraimiento social-, con éxito en la estabilización, sin necesidad de la hospitalización completa.
“Todavía no tenemos datos cuantitativos significativos, pero la experiencia es muy positiva”, precisa Carlos Imaz, psiquiatra Infantil y de Adolescencia y coordinador del programa de hospitalización a domicilio, que incide en que uno de los aspectos más importantes es afinar y definir muy claramente los objetivos de la intervención. “Son pacientes, en algunos casos crónicos, que se han reagudizado. Atendemos esa situación aguda, pero son procesos de años, con lo cual, claro, en la intervención de unas semanas o unos pocos meses, esto no se puede cambiar. Otra cosa es romper con situaciones de bloqueo y situaciones de estancamiento que a veces han motivado desconexión con la red de salud mental, lo que implica una vuelta y una conexión para retomar esos procesos terapéuticos que en algunos casos se habían interrumpido”.
El modelo, que comienza a gestarse en la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Hospital Universitario de Burgos, quiere convertirse en referente para implantarse de forma progresiva en el resto de provincias, y dar un paso adelante en un terreno especialmente sensible: la salud mental de niños y adolescentes, un ámbito que ha ganado visibilidad en los últimos años, pero donde aún queda mucho camino por recorrer.
Saltar el muro del hospital
El objetivo de la hospitalización a domicilio es atender donde realmente se juega la recuperación, que es el entorno del adolescente, explican a Ical Cristina Domínguez, psiquiatra de la Infancia y la Adolescencia del Hospital de Día del Clínico, y Sara Izquierdo, que es psicóloga clínica y que forma parte del nuevo dispositivo. Hay muchos jóvenes que no pueden seguir un tratamiento ambulatorio, pero que tampoco se benefician de un ingreso hospitalario, y en su caso, intervenir en casa puede marcar la diferencia, añaden.
El proyecto nació, en cierto modo, para despejar la lista de espera de la unidad de hospitalización de agudos que, al ser de referencia autonómica, provocaba que muchos menores pasaran semanas, incluso meses sin poder ingresar por falta de camas, indica Domínguez, quien precisa que fue el jefe del Servicio de Psiquiatría, Fernando Uribe, el que propuso la idea de poder crear este recurso que, además, como proyecto piloto sentara las bases para poder instaurarlo en el resto de Castilla León.
La clave está en adaptar el sistema a la realidad del paciente y de las familias, que muchas veces están desbordadas, se sienten incapaces de encontrar una solución, juzgadas, con muchos sentimientos de miedo y culpa. Poder entrar en el “espacio de intimidad” de estos chicos supone un cambio de encuadre o de roles. “Conocer el contexto real también nos está haciendo ver y entender aspectos que probablemente pasan desapercibidos en una consulta tradicional y trabajar con ellos in situ, que es lo interesante”, en su habitación, en el salón de su casa, en la cocina... explica Sara Izquierdo, porque es el paciente el que elige el lugar.
“Favorece que construyamos una alianza y unos procesos de cambio de una manera más potente y nos podamos adaptar a las necesidades particulares de cada paciente, de cada miembro de la familia, con una agilidad importante para facilitar un poco y para acompañar las crisis y los procesos de recuperación, que es lo que pretendemos”.
Puerta abierta en casa
En lugar de permanecer semanas ingresados en una unidad de hospitalización psiquiátrica, los adolescentes reciben visitas frecuentes y estructuradas de un equipo clínico completo: psiquiatras de la infancia y la adolescencia, psicóloga clínica y enfermeras especialistas en Salud Mental. Las intervenciones se adaptan a cada caso e incluyen tanto atención individual como apoyo familiar y conexión con centros educativos o recursos comunitarios.
“La casa se convierte en una herramienta terapéutica”, subraya Izquierdo. Les ven en su realidad, en sus silencios, en sus rutinas o en la ausencia de ellas, y eso les permite ser más eficaces, más humanos y también más respetuosos. “Pasamos de evaluar en una consulta a convivir con la dinámica real: con el malestar, con la desconexión, con los silencios y con los vínculos. Ahí es donde podemos intervenir de verdad”.
La enfermería como puente
En esta estrategia, la enfermería de Salud Mental es mucho más que un apoyo asistencial: es el nexo continuo con la realidad del paciente. Ana Adarve y Celia Chamorro, enfermeras del dispositivo, suelen ser el primer rostro que entra en casa. Y muchas veces, también, el que más permanece.
“Empezamos por las pequeñas cosas, pero esas pequeñas cosas son enormes”, dice Chamorro. Ver si se levantan de la cama, si comen, si se duchan, si tienen ganas de hablar. A veces basta con sentarse con ellos en su habitación, en su sofá, para que empiecen a confiar. Ana Adarve incide en la importancia de construir vínculo sin presión. No van como profesionales que imponen, van como figuras de referencia seguras. Eso les permite abrirse poco a poco y empezar a contar lo que sienten o lo que no pueden sostener solos.
Ambas han visto cómo lo cotidiano se vuelve terapéutico: ayudarles a vestirse, acompañarles a clase después de meses sin salir, simplemente estar. Es una intervención muy sutil, pero muy potente: humaniza el cuidado, sin invadir. También son testigos de la transformación de las familias que a veces con miedo, poco a poco notan que hay otra manera de estar, y que ven que puede haber una salida.
Comprender lo que está roto
“En esta población vemos una gran desconexión”, no solo con el sistema sanitario, sino también con el entorno social, la escuela, los amigos, la familia”, explica Imaz. Hay mucho aislamiento, mucha autopercepción de fracaso, de no encajar, y eso genera dinámicas muy complejas. Destaca que muchos adolescentes presentan conductas extremas como forma de regular su malestar. Su labor es ofrecerles otra vía, otra forma de afrontar lo que sienten. Ahí empieza el cambio.
El hecho de que el proyecto haya germinado en Valladolid no es casual. La ciudad cuenta con una amplia tradición en psiquiatría Infanto-juvenil que se remonta a décadas atrás. Cuando aún no se hablaba de depresión en niños o de trastornos graves en adolescentes, en Valladolid ya existían dispositivos específicos, recuerda Cristina Domínguez, lo que ha permitido al Hospital Clínico a detectar nuevas necesidades y a responder con propuestas innovadoras, como esta, puntualizar Carlos Imaz.
La hospitalización a domicilio no sustituye al ingreso hospitalario cuando es necesario, pero ofrece una alternativa más humana, menos estigmatizante y más integradora. Y no solo mejora la experiencia del paciente y su familia, también contribuye a una atención más sostenible, que evita ingresos prolongados que a veces generan más desconexión que mejora.
Los primeros resultados son esperanzadores, tanto en términos clínicos como humanos. Pero más allá de los datos, esta nueva unidad representa una transformación profunda en la forma de acompañar el sufrimiento psíquico de niños y adolescentes. El dispositivo ha demostrado ser un recurso intermedio esencial entre la hospitalización de agudos y las consultas ambulatorias, cubriendo un vacío que la psiquiatría infantil aún necesitaba, añade Domínguez. Es “una oportunidad” para hacer otro tipo de clínica, más cercana, más humana, más adaptada a las necesidades reales de los pacientes; es una “oportunidad” para recuperar a jóvenes muy desconectados, no solo de la red sanitaria, sino del entorno social, educativo y familiar; y es “volver al origen del cuidado y hacerlo en el lugar donde la vida sucede: en casa”, sentencian estos cinco profesionales.